El hambre y el abandono estatal marcan la vida de la población wayuu de La Guajira.
«Crónica de una Guajira herida» es el relato impactante de la realidad que viven las comunidades indígenas en el desierto de La Guajira, que describe la desesperanza, la pobreza y el abandono en el que viven las personas en esta región, y cómo el estado de cosas inconstitucional ha desencadenado la muerte de muchos menores wayuu. El artículo relata la visita de un grupo de expertos que, a través de sus ojos, se encuentran con los rostros y las historias de quienes habitan en las rancherías de La Guajira, con la esperanza de encontrar una solución a la herida abierta que ha sangrado durante años.
El sonido del escobajo mañanero, que retira de las calles la basura que ha arrastrado la ventisca nocturna, se ve aniquilado por el motor de los 4x4 que comienzan a habitar las calles, mucho antes de que los acelerados colegiales den inicio a la maratón habitual de la semana.
Desde las habitaciones, comienzan a salir los espectadores e invitados a los que el calor de primera hora de la mañana les hace presagiar la ardiente jornada que les tiene preparada el desierto. El sol aún no ha salido y el reloj comienza a marcar el frenético ritmo de las trochas, que, como venas abiertas, descubrirán la agonía de un cuerpo que ha padecido durante años, con una herida abierta por la que se han drenado las almas de cientos de inocentes e indefensos.
La serpenteante caravana blanca comienza a anunciar su llegada, cubierta por el polvo…
Al llegar a las rancherías, los ojos se llenan de rostros, de mantas de colores, de niños, de pobreza, de abandono, de aguas turbias, de cocinas vacías, de casas desvencijadas, de basura, de viejos letreros que anunciaban la presencia del Estado con programas que intentaban cumplir, aunque fuera por una vez, la visita de rigor. Pero sobre todo se llenaban de soledad y desesperanza, se llenaban de hombres, mujeres y niños que contaban su sed, su hambre, su aislamiento, sus muertos, sus pesadillas y sus presagios de desaparecer enterrados bajo las aspas del viento y los paneles del sol, que reclaman como suyo el territorio.
Ágilmente se registraban las quejas, las angustias y reclamos que, en diferentes idiomas, hablaban del desangre que ha sufrido la región durante tantos días y que se evidencia en los pequeños ataúdes que hoy reposan en el silencio de los cementerios.
Una tras otra se sumaban las rancherías desde Riohacha hasta la zona norte extrema como fotocopia de necesidades y promesas incumplidas, y que, sin importar que fueran un barrio periférico o que se encontraran a cinco horas de distancia de la población más cercana, todas parecían foráneas en su propio territorio.
Con la noche llega la incertidumbre de recorrer caminos desconocidos, guiados por expertos baquianos que, superando las jornadas, conducían a sus equipos al inicio de su próxima jornada. Pero el descanso no llegaba con la noche, ya que las promesas y trabajos pactados por las entidades del Estado y las incrédulas comunidades, se plasmaban diariamente en actas de cumplimiento que recordaban diariamente los nuevos compromisos pactados frente al magistrado.
Día a día se sumaban nombres, años, historias, vidas que aportaban al expediente las pruebas de un estado fallido de sentencias que se entierran unas sobre otras, como los neumáticos que sucumben en los bancos de arena de las inconclusas vías del territorio.
Al final de la semana, lo único evidente era lo que estaba ausente del territorio: las inexistentes vías, los planes de agua incipientes, los modelos de atención intercultural poco eficientes, la escasa alimentación, las brigadas de salud que llegan con las visitas judiciales para intentar tapar la desatención, les centros médicos sin condiciones, las escuelas sin alimentación ni transporte y las órdenes de la Sentencia T-302 de 2017, que en esta semana cumple seis años desde su publicación y cinco desde su notificación, sin que aún exista un plan de acción que evidencie su cumplimiento.
Nuevamente, desde las atiborradas salas de espera que intentan regresar a la «normalidad» a sus visitantes, algunos se van con un reporte nuevo en sus millas aéreas y con fotos exóticas del territorio que pasó sobre ellos, sin que entendieran su profundidad y complejidad. Otros se van con la sensación de la tarea cumplida y con un reporte de tranquilidad en un territorio que ha normalizado la muerte como el pan de cada día.
Sin embargo, algunos, con un convencimiento profundo del trabajo urgente que se debe desarrollar para salvar a cientos de niños, se van con los compromisos de dar un impulso a la sentencia y de aunar los esfuerzos que fueran necesarios para conseguir que el estado de cosas inconstitucional abandone de una vez por todas el territorio.
El cronómetro vuelve a comenzar su conteo a la espera de que un nuevo pronunciamiento judicial sea el paliativo necesario para que esta bomba de tiempo, en la que se ha convertido el territorio, no estalle en una inevitable bomba social que ha encendido la mecha de la injusticia.
La Sentencia T-302 de 2017 trazaba la ruta para la superación del estado de cosas inconstitucionales, declarado por la Corte Constitucional en La Guajira –departamento colombiano del mar Caribe–, por la violación masiva, sistemática y generalizada de los derechos de los niños y niñas indígenas wayuu (o guajiros) y que se evidenció con la muerte de más de 4.000 niños en los últimos ocho años, por enfermedades relacionadas con la desnutrición. Esta sentencia ordenaba la creación de un plan de acción en seis meses que lograra adoptar las medidas necesarias para preservar la vida y la integridad personal de los niños y niñas de las comunidades de Uribia, Manaure, Riohacha y Maicao del pueblo wayuu en ese departamento colombiano.
Manos Unidas trabaja con Fucai desde el año 2009. Desde entonces, hemos llevado a cabo 17 proyectos por un importe cercano a 1,5 millones de euros. El trabajo se ha llevado a cabo en los departamentos de la Amazonía, Cauca y La Guajira. El principal objetivo de estos proyectos es la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, con especial atención a la población infantil.