Uno de los mayores retos es asumir nuestra responsabilidad.
Terminamos un año complejo, en el que los retos globales no han hecho más que aumentar. A las crisis ambiental, económica y social que ya vivíamos, se vino a sumar una terrible crisis sanitaria que ha afectado a todo el planeta, pero que, sin duda, ha perjudicado especialmente a las comunidades más empobrecidas del Sur, con las que Manos Unidas trabaja desde hace más de 62 años.
Nuestra misión y nuestro compromiso es acabar con el hambre en el mundo, una lacra inaceptable, contraria a la voluntad de Dios que creó cuanto nos rodea para nuestro bien y para que cada ser humano pueda disfrutar de unas condiciones de vida dignas. Hoy, ese compromiso es aún más acuciante.
El número de personas hambrientas no deja de crecer y la vuelta a la normalidad o la construcción de una «nueva normalidad», como se nos ha estado insistiendo en el último año, no va a ser posible para cientos de millones de personas que están viendo destruidos sus sueños de poder alcanzar una vida más humana.
Lejos de implicarnos como humanidad en la construcción de un mundo más justo, fraterno, sostenible, que reconozca el papel vital de los cuidados y la necesidad de asumir unas opciones de vida y consumo más sobrias y razonables, estamos retomando a marchas forzadas un modelo social y económico egoísta, consumista y depredador que causa exclusión y devasta la casa común. Aquí está la raíz de este incremento en el número de personas que padecen hambre en el mundo.
Como aseveraba el Papa en su discurso a la FAO en octubre del año pasado:
El hambre, que «para la humanidad no es solo una tragedia sino una vergüenza», está causada en su mayor parte, «por una distribución desigual de los frutos de la tierra, a lo que se añade la falta de inversiones en el sector agrícola, las consecuencias del cambio climático y el aumento de los conflictos en distintas zonas del planeta. Por otra parte, se desechan toneladas de alimentos».
Y apela a nuestra obligación: «Ante esta realidad, no podemos permanecer insensibles o quedar paralizados. Todos somos responsables».
La pandemia está suponiendo para los más vulnerables una vuelta de tuerca más en una situación que ya era insoportable. Asumir nuestra propia responsabilidad en ese cambio de rumbo hacia un modelo de vida digna para todos es ahora el mayor reto. Urge promover juntos el bien común, analizando la realidad y buscando alternativas desde los últimos; reconocer el destino universal de los bienes y comprometernos en una solidaridad activa que permita a cada persona y cada pueblo ser protagonistas de su propio desarrollo y ver respetados sus derechos fundamentales.
Este texto pertenece al editorial del nº 216 de la Revista de Manos Unidas.