Johnny Milton: esperanza y reconciliación en el corazón del Chocó

Director de la Pastoral Social de la Diócesis de Quibdó

En Quibdó, capital del departamento del Chocó, la vida transcurre al ritmo de la lluvia y de los grandes ríos que atraviesan la selva colombiana. Es una tierra de gran riqueza natural y cultural, pero también un territorio marcado por décadas de violencia armada, desigualdad y abandono estatal. Allí, en medio de esas heridas abiertas, el padre Johnny Milton Córdoba Mosquera se ha convertido en un referente de esperanza.


Fotografía: María José Pérez.

Director de la Pastoral Social de la Diócesis de Quibdó, acompaña desde hace más de dos décadas a comunidades afrodescendientes, indígenas y mestizas que han sufrido desplazamientos, masacres y exclusión. Su misión se resume en una sola palabra: esperanza.

«Si no hay perdón, no va a haber paz», repite con convicción, recordando que la reconciliación no es un discurso, sino una práctica diaria que se construye desde las comunidades más golpeadas.

Quibdó, una ciudad herida y resiliente

La ciudad de Quibdó ha pasado de 70.000 a más de 140.000 habitantes en apenas unas décadas. El crecimiento acelerado responde, en gran parte, al desplazamiento de comunidades rurales a causa del conflicto armado, así como a la llegada de migrantes venezolanos.


Fotografía: María José Pérez.

El panorama es complejo: Quibdó registra una de las tasas de desempleo más altas de Colombia (entre el 24 y el 26%), graves deficiencias en agua potable y saneamiento, y altos niveles de violencia. La minería ilegal, el narcotráfico y la falta de oportunidades golpean especialmente a mujeres y jóvenes.

El sacerdote lo describe con crudeza:

«Las heridas son muchas: madres sin hijos, hijos sin madres, mujeres sin esposos. El dolor deja odio y resentimiento. Pero si no aprendemos a perdonar, no habrá reconciliación».

Fortaleciendo el tejido social para la paz

En este contexto, la Pastoral Social de Quibdó junto a Manos Unidas impulsa desde 2018 un proyecto de construcción de paz con organizaciones sociales étnicas urbanas.

La iniciativa beneficia directamente a 400 personas: mujeres afrodescendientes, jóvenes indígenas, firmantes de paz, personas desplazadas y víctimas del conflicto armado. El objetivo es fortalecer sus capacidades y convertirlos en actores de paz en sus barrios y comunidades. Un objetivo que empiece a florecer.


Fotografía: María José Pérez. 

Tal y como señala el Padre Milton, «hoy vemos a jóvenes e indígenas -que antes estaban retraídos- participar en la toma de decisiones. Ellos mismos reconocen la oportunidad que Manos Unidas y la Iglesia les ofrecen para seguir avanzando».

Además, el proyecto propicia espacios donde las comunidades pueden dialogar, sanar y organizarse para construir el futuro. En este sentido, Milton recuerda con emoción una de las experiencias más significativas:

«En un taller, se encontraron una víctima y un victimario sin saberlo. Cuando se dieron cuenta, lloraron y se abrazaron. Esa escena me marcó profundamente, porque demuestra que la reconciliación no solamente es posible, sino que es el camino para transformar nuestra realidad como pueblo».

De un niño del río Baudó a sacerdote en el Chocó

Johnny Milton nació en el río Baudó, uno de los tres grandes afluentes del departamento del Chocó. Su infancia estuvo marcada por la pesca, la agricultura y la vida comunitaria. En 1981, sus padres decidieron emigrar a Quibdó en busca de mejores oportunidades.

La transición no fue fácil. «Éramos siete hermanos y vivíamos en una casa de paja y barro. Para ayudar a mi mamá, vendía prensa, cargaba plátanos y limpiaba pisos», recuerda. Desde niño supo lo que significaba trabajar duro para salir adelante.


Fotografía: Manos Unidas. 

En esos años descubrió también su vocación. Tras varios intentos fallidos y rechazos iniciales en seminarios, se abrió camino en Bogotá con el apoyo de sacerdotes claretianos. En 2001, fue ordenado sacerdote, justo cuando la masacre de Bojayá estremecía al país. Aquella tragedia reforzó su convicción de ponerse al servicio de su pueblo. Hoy suma más de 23 años de ministerio.

«Si uno no está enamorado de lo que hace, se da por vencido. Por eso, doy gracias a Dios por la oportunidad de trabajar por mis comunidades»

Paz y esperanza: soñando el futuro del Chocó

Preguntado por cómo le gustaría ver a su pueblo en diez años, el sacerdote responde sin dudar: «Un Quibdó con más conciencia de la paz, con jóvenes comprometidos y comunidades unidas. La paz no llegará de un día para otro, pero lo peor sería quedarnos estancados».

Por eso, insiste en que la construcción de paz debe ser inclusiva: abierta a quienes están dentro y fuera del conflicto, a católicos y no católicos, a mujeres, hombres, niñas y niños.

En medio de un territorio herido, Johnny Milton encarna la convicción de que la paz es posible si se construye desde abajo, con dignidad y con perdón. Solo así podrá germinar un futuro distinto.

 

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