Mi nombre es Regina y soy misionera de las Hijas del Niño Jesús, «Damas Negras»
Así es como la hermana Regina Casado (85), misionera desde hace 57 años, comienza a contar su historia. Un relato de superación, esfuerzo y vocación por ayudar a los más necesitados, que hoy día se materializa en Senegal.
La hermana Regina es una de esas religiosas que han pasado gran parte de su vida en los países del Sur Global trabajando con los más vulnerables. Una labor a la que apenas se da visibilidad pero que tiene una importancia vital, pues ha servido para transformar cientos de vidas y dar un futuro a personas que habían perdido la esperanza.
Regina creció en Rodanillo, una pedanía del municipio de Bembibre (El Bierzo, León), en una familia humilde. Desde muy joven, tuvo que dejar de estudiar para trabajar en la casa y el campo. Una labor que, aunque consumía casi todo su tiempo, no impidió que intentara con todas sus fuerzas ayudar a quienes lo necesitaban, escuchando sus necesidades y dándoles lo poco que tenía.
Tras la recomendación de una señora de Madrid, viajó al País Vasco, donde descubrió su verdadera vocación como religiosa. Tras formarse y terminar el noviciado, no tardó en decidir que quería dedicarse a las misiones. Como cuenta en una entrevista a Ecclesia: "Nací en un pueblo pobre, en una familia pobre. La gente nos despreciaba y nos acusaba falsamente de robar manzanas o ganado. Mi madre no lo podía aguantar. Yo me dije que no iba a soportar que los pobres sufrieran como yo sufrí y decidí ir con ellos y ayudarlos a defender su dignidad y a ser ellos mismos".
Desde 1968 a 1991, desarrolló su labor misionera en Camerún realizando trabajos de promoción y desarrollo en zonas rurales. A pesar de que no conocía el francés, lengua que hablaban las religiosas de la zona, con esfuerzo y trabajo duro acabó haciéndose un hueco. Durante los 23 años que estuvo en Camerún, participó en toda clase de iniciativas, como formar a maestros de la zona, dar atención a un centro de promoción femenina, y sensibilizar y formar sobre sanidad preventiva.
Tras regresar durante una temporada a España, le propusieron realizar una pequeña estancia en Senegal, en la misión que los escolapios tenían en el barrio de Sam Sam III, una zona periurbana de Dakar. Sin embargo, lo que iba a durar unos pocos años ha acabado convirtiéndose en un compromiso de por vida.
La estancia de la hermana Regina en Senegal ha supuesto un antes y un después en la zona, con la creación de centros de formación profesional y técnica para mujeres y hombres, jóvenes y adultos, así como la implementación de diversas obras sociales en las que ha participado Manos Unidas.
En Sam Sam III, donde inició su andadura, la hermana Regina puso en marcha un Centro Técnico de Promoción Femenina, que en la actualidad lleva más de 20 años de funcionamiento y que ella misma dirige. Ella y su equipo también pusieron en marcha una escuela de restauración y hostelería, así como un proyecto de microcréditos con agrupaciones de mujeres.
"Además de ello, abrimos un restaurante popular y creamos una huerta para acabar con los basureros que proliferan en el barrio y para enseñar a los jóvenes y a las mujeres el trabajo con productos bío” nos cuenta la hermana Regina. “También en los basureros creamos un polideportivo para que los más jóvenes tengan espacios ecológicos. En el año 2020 construimos un centro social para que chicos con problemas de drogadicción y en situación de vulnerabilidad reciban formación integral y el oficio de ebanistería".
Pero su trabajo se ha extendido más allá de Sam Sam III. En Dougar, otra zona de Dakar, participó en el proyecto de habilitación de un centro médico y social, así como en un centro social para mujeres y jóvenes de ambos sexos sin formación, donde los enseñan a cocinar, coser y subsistir en su día a día. Por último, en Notto Diobass, ha participado en la creación de una granja agrícola y solidaria con varias posibilidades de trabajo social en el futuro. Todo este trabajo ha salido adelante a pesar de las graves dificultades que presenta la zona.
En Dakar (Senegal), las inundaciones son uno de los problemas más graves en los suburbios, al igual que otros añadidos. En esta región, la ciudad de Pinkine alberga desde hace unos años la mayor concentración humana de las ciudades de Senegal con 1.170.791 de habitantes en 2024. Esta ciudad todavía no cuenta con instalaciones de saneamiento público, provocando que las aguas residuales se viertan en fosas sépticas o directamente en las calles.
Además, las barreras de basura se llenan y hacen que los barrios sean insalubres. La población de estos barrios no tiene ni la cultura ni el pensamiento de separar los líquidos de los residuos sólidos que componen el agua utilizada vertida en los circuitos de agua. Las consecuencias son que los pocos canales que existen se obstruyen con residuos sólidos y el agua estancada provoca la proliferación de moscas y mosquitos, que causan enfermedades como la malaria, el cólera o la fiebre tifoidea.
Diamaguene-Sicap Mbao es uno de los distritos de Pikine, y allí se encuentra Sam-Sam III, que cuenta con 1200 familias y 12.000 habitantes. En el centro del distrito, una vasta depresión, cubierta de agua desde 1999, perjudica gravemente a la comunidad y a las escuelas. Suede haber cinco o seis familias viviendo en cada parcela, y cada familia ocupa a veces una sola habitación. El bloqueo en las estrechas calles de arena, que se complica con las numerosas inundaciones, dificulta la entrada de vehículos, afectando especialmente durante las evacuaciones de emergencia. Además, existe una gran acumulación de residuos, sobre todo plásticos, y los camiones de recogida de basuras están llenos y no pueden entrar en muchas zonas del barrio.
Gracias a la hermana Regina, los habitantes de Sam Sam III han visto cómo sus vidas cambiaban a mejor. Con especial ilusión, Regina nos contó su trabajo con las chicas del barrio durante la presentación de la última campaña anual de Manos Unidas, Compartir es nuestra mayor riqueza.
“Mi trabajo ha sido ayudar a las chicas que me pedían ayuda” explicó. “Allí hay muchas mujeres, son los líderes de la familia, pero si no tienen formación no pueden hacer nada porque las dominan. Las instruí enseñándolas a leer y a escribir, pero también les enseñé oficios, a realizar un trabajo. Me pedían costura, se lo daba. Cocina, sanidad preventiva, puericultura para saber cómo tener a los niños, cómo cuidarlos...”.
“Las ayudé a descubrir sus talentos para desarrollarlos, porque cada uno tiene una maleta llena de valores que Dios le ha dado, pero tiene que descubrirlos y hacerlos crecer para convertirse en personas como Dios los ha llamado a ser: responsables, solidarios y capaces de transformar el mundo. Primero nuestro mundo y luego el de los otros”.
Como relató, muchas de las mujeres con las que ha trabajado han pasado de estar minusvaloradas, ser obligadas a casarse con el hombre que elegían sus padres y ser incapaces de labrarse un futuro, a ser jefas de grupos. “Son las líderes comunicativas de una vida mejor, en sus casas y sus barriadas. Dirigen los grupos de trabajo, ayudan a la gente, educan a los niños, hacen comidas sanas, y llevan a los niños limpios, algo maravilloso en este barrio. Incluso el matrimonio ahora lo eligen ellas".
Junto a estas chicas hemos creado cooperativas para que puedan trabajar y es maravilloso.
También los chicos han resultado beneficiados, formándose en diferentes áreas y recibiendo ayudas mediante un sistema de microcréditos para crear sus pequeños negocios y alimentar a sus familias.
“Ahora queremos lanzar más proyectos en poblados aún más lejanos: de agronomía, de trabajo con animales” dice. “Todo gracias a Manos Unidas y a las personas que nos escuchan desde España”.