Nacido en Vallelado, Segovia, en 1965, Luis Miguel Muñoz Cárdaba es un arzobispo español que forma parte del Servicio Diplomático de la Santa Sede como nuncio apostólico.
Cuando en marzo de 2020 recibió la llamada para comunicarle que el Papa había decidido nombrarle nuncio apostólico para Sudán y Eritrea, el primer pensamiento del sacerdote segoviano Luis Miguel Muñoz Cárdaba no fue otro que: «¡Dios mío, qué calor voy a pasar!». El pasado mayo hablamos con él y monseñor Cárdaba todavía estaba haciéndose a los calores de Jartum, la capital de Sudán, y empapándose de las costumbres y aconteceres de un país que, a día de hoy, acoge a más de un millón de personas refugiadas provenientes de los países vecinos.
Desde el pasado 25 de octubre, Sudán vive sumido en el caos tras el golpe de Estado perpetrado por el ejército contra el primer ministro, Abdalah Hamdok, y su gobierno de transición. En esta entrevista moseñor Muñoz Cárdaba alerta ya de la posibilidad de que el hambre y la pobreza trunquen los avances hacia la democracia que empezaba a experimentar el país, como ha sucedido.
Sí, así es. Cuándo se dividió el país en 2011, Sudán del Sur concentró la mayor parte la población cristiana. Los cristianos del norte se trasladaron al sur, aunque muchos han regresado huyendo de la guerra y de las dificultades. Es difícil calcular la población católica porque la mayoría son emigrantes y refugiados, pero debe rondar el millón y medio de personas para una población de unos 47 millones.
La situación de los refugiados de Sudán del Sur es ambigua porque, por una parte, son extranjeros, pero, por otra, son hermanos… Tienen permiso de residencia y son bienvenidos en todas partes, pero en sus documentos dice que no pueden trabajar. En la práctica, trabajan en los empleos más precarios y son como ciudadanos de segunda categoría…
La situación en Sudán del Sur es muy difícil porque, aunque el pasado año se firmó la paz, aún hay que implementarla. Todavía hay violencia y muchas de estas personas refugiadas no pueden volver a su país de origen porque no tienen nada y otras prefieren quedarse en Sudán porque tienen miedo.
Desde que estoy en Sudán, percibo una especie de mito colectivo entre la gente más joven; un sueño de búsqueda de libertad en Europa o América. Este sueño responde a que el país ha sufrido durante años la carestía, la pobreza y la falta de libertad con un régimen dictatorial, militar, de corte islamista… Pero se trata de un sueño un poco ingenuo, tal vez, porque piensan que basta llegar a tierras europeas o americanas y todo será felicidad. Cuando les explico que también hay pobreza en Europa, que también hay necesidades, les cuesta admitirlo; les parece imposible. Tienen en mente ese mito de libertad y de riqueza.
Cuando explico que también hay pobreza en Europa, que también hay necesidades, les parece imposible.
Aunque el cambio de régimen en Sudán ha sido positivo, la situación económica es tan grave que la población todavía no percibe en la vida cotidiana las reformas macroeconómicas que se han realizado y eso produce una sensación de pesimismo y desencanto. Se ha hecho una revolución de libertad y de cambio y todavía los estómagos siguen vacíos. Eso podría ser perjudicial porque, si la situación no mejora, hay riesgo de que el proceso democrático o de apertura se paralice o se trunque con una intervención dictatorial o de cualquier tipo.
La Iglesia intenta, no sin dificultades, dar educación, salud y esperanza… Pero es complicado y triste a la vez, porque, incluso los más afortunados, los que han podido cursar estudios universitarios –en nuestros colegios y en otros centros– y que tienen un trabajo, desean irse. Todos quieren salir… Los más formados o los que tienen más posibilidades se marchan a Occidente, y los de origen más humilde, cristianos o musulmanes que se forma en los centros de la Iglesia católica –principalmente de los salesianos– cuando acaban su titulación se marchan a países del Golfo Pérsico porque hay más trabajo y dinero. Es triste ver que las élites juveniles y de formación escapan o intentan salir.
Luego están algunos católicos de Sudán y de Sudán del Sur o los emigrantes eritreos, por ejemplo, entre los que no percibo ese sueño de salir y buscar algo mejor, porque la mayoría no tienen las fuerzas ni los medios para irse.
En Sudán se camina hacia la libertad religiosa. Ha habido cambios en leyes fundamentales del país y eso es muy positivo. Aunque no se ha conseguido plenamente, se están dando pasos importantes para ese reconocimiento y esa libertad, no solo entre el gobierno sino entre las autoridades militares. Nuestro deseo es que la Iglesia católica obtenga, como otras instituciones, una personalidad jurídica que le permita tener propiedades, recibir ayudas por cauces ordinarios y facilitar la entrada y salida de misioneros sin tener que depender de los visados.
Apostamos por el diálogo y la paz porque en la guerra todos pierden.
El papel de las nunciaturas apostólicas y de la Santa Sede es favorecer la paz y el diálogo y apoyar a las iglesias de la región en su empeño por superar unas luchas que son la maldición de estos países. Apostamos por el diálogo y la paz porque en la guerra todos pierden, como siempre se ha dicho, pero en África es una realidad: en la guerra perdemos todos y con la paz todos ganamos.
Pero hay esperanza. Hay mucho trabajo por hacer, pero siempre hay esperanza porque Dios está con nosotros y hay mucha gente buena a nuestro alrededor.
Entrevista de Marta Carreño. Departamento de Comunicación.
Publicada en el nº 216 de la Revista de Manos Unidas.