«Tomemos consciencia de que en la casa común no estamos solos»

El primer destino de la hermana Soledad Villigua, misionera social de la Iglesia, fue el desierto de Turkana, en Kenia.

Soledad Villigua
Misionera social de la Iglesia

Hace dos años viajó, «despojada de todo lo que tenía» desde su Ecuador natal a Lokitaung, la localidad en la que, desde entonces, desarrolla su labor entre los más pobres y vulnerables. El testimonio de Soledad nos ha permitido poner rostro a personas afectadas por una emergencia climática, que ha llenado de hambre y pobreza su realidad diaria.        

Por las informaciones que recibía de sus hermanas de congregación, la hermana Soledad sabía que la misión que le habían encomendado no iba a ser fácil, «pero nada es igual hasta que lo experimentas en carne propia». Y eso que la hermana Villigua, que proviene de una familia humilde, sabe lo que es la pobreza, pues la vivió en su hogar, «donde se tenía que compartir lo poco que había y donde se comía lo que Dios proveía». 

Al principio dudó de si había hecho lo correcto trasladándose a un país tan diferente a Ecuador. «La brecha cultural era enorme y dudaba de si sería capaz de adaptarme a un entorno tan diferente». Pero obtuvo su respuesta cuando empezó a poner rostro a las historias que antes le habían contado sus hermanas misioneras. 

Hermana, usted que vive cada día y en primera persona la realidad de la crisis climática, explíquenos qué es para usted «El Efecto Ser Humano».    

La evolución del ser humano puede provocar cosas que, a veces, se vuelven destructivas para el propio ser humano. Pero, también, como Dios nos creó buenos, todo ser humano tiene la capacidad de hacer el bien.

Esta campaña de Manos Unidas nos pide que tomemos consciencia de que, en la casa común de la que siempre habla el Papa, no estamos solos.

Les invito a que piensen en nuestros hermanos del continente africano, que son los que menos aportan al maltrato al planeta, pero que, sin embargo, son los que más sufren estos efectos.  

Turkana es un ejemplo de las consecuencias de la crisis climática entre los más vulnerables. El principal efecto es la sequía. Hace seis o siete años que las lluvias son muy variables y en ciertos años, ni siquiera ha llovido. 

¿Y qué consecuencias tiene esa falta de agua entre las personas con las que ustedes trabajan? 

La emergencia climática en Turkana produce hambre, migraciones, desplazamientos y separaciones de las familias. La tierra es cada vez más árida y tan seca que, a veces, no existe ni siquiera la posibilidad de que la principal fuente de trabajo, que es el pastoreo de cabras, tenga la vegetación suficiente para alimentarse. Los hombres, encargados de estas tareas, deben alejarse de sus hogares en busca de pastos y las mujeres quedan a cargo del sostenimiento del hogar y la crianza de los hijos.  

Además, las graves sequías hacen que escasee la pesca, otra de las principales fuentes de alimentación para los turkana. Los pescadores deben arriesgar sus vidas para salir a pescar en aguas profundas en sus embarcaciones artesanales. 

La pesca se convierte en una actividad cada vez más escasa, peligrosa y difícil. Y, al no haber lluvias en las zonas en las que se puede cultivar, no hay una producción normal de maíz, que es la base de la alimentación. Esto provoca escasez de alimentos y hambre y que lo poco que hay se encarezca y se haga inaccesible para muchas de estas personas.  

Y la población sufre… ¿Cómo trabajan ustedes, misioneras sociales de la Iglesia, para acompañar a estas personas? 

El trabajo que llevamos a cabo no es solo un trabajo social o asistencial, es también compartir la vida, compartir el sufrimiento de una madre que ve a su hijo enfermo y no sabe cómo ayudarlo, es compartir la angustia de una joven que no desea vivir una vida sin poder decidir por ella misma su futuro o compartir la alegría de una niña huérfana, pero que con apoyo ahora termina su carrera y puede empezar una mejor vida.  

En Turkana hemos descubierto que se puede ser sal y luz para un pueblo que carece de mucho. 

Manos Unidas acompaña a su congregación desde hace varias décadas, ¿cuál ha sido su principal aportación?   

El agua. En un lugar donde los recursos hídricos son casi inexistentes, el acceso al agua es casi cuestión de vida o muerte.

Manos Unidas nos ha apoyado, entre otras cosas, en la perforación de pozos. El agua es un bien muy necesario y muy escaso en el continente africano y Lokitaung es una zona desértica.

Para perforar esos pocos necesitamos de ayuda. Necesitamos más pozos. Si se apoya a Manos Unidas se nos estará apoyando también a nosotros. Además, Manos Unidas nos ha apoyado en el reparto de ayuda alimentaria de emergencia cuando la situación se hace insostenible.     

¿Y qué podemos hacer desde aquí? Porque todo esto nos puede parecer muy lejano... 

Debemos pensar que lo que sucede en el planeta se debe también, en parte, a nuestra responsabilidad. A nuestro consumismo impulsivo.

Consumimos sin pensar hasta aquello que no necesitamos, y eso causa contaminación en el planeta. 

Debemos pensar en los demás. Cuidar el agua, la naturaleza. Esto también nos aporta para que nuestra madre tierra tenga un sosiego. Para que se sienta confortada. 

Pongamos las manos en nuestro corazón y aprendamos a compartir lo mucho o lo poco que tengamos. Y si no podemos dar ningún bien, con una oración o con sensibilización, también estamos ayudando.  

Entrevista de Marta Carreño/Departamento de Comunicación (publicado en la revista número 224 de Manos Unidas).

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