Bresciani, vive en territorio Mapuche, al sur de Chile, donde acompañan a personas, grupos y comunidades de la comuna de Tirua. Su trabajo se centra especialmente en fortalecer la salud y espiritualidad del territorio, el idioma Mapuche y el cuidado de la tierra.
Con motivo de la celebración del Día de la Tierra (22 de abril), y cuando ya se aproxima el aniversario de la encíclica del papa Francisco, Laudato si’, tenemos la oportunidad de entrevistar a este sacerdote jesuita.
Fui prematuro y con mi madre estuvimos al borde de la muerte. Al parecer no era mi hora, como dicen por aquí, y, según mi madre, eso tiene que ver con mi vocación. Ella dice: «Dios te tenía reservado para algo». Fui bautizado en peligro de muerte por mi abuelo materno, que era doctor. Aquí dicen que uno siempre lleva algo de los abuelos, su espíritu, sus dones o su carácter. De hecho creo que es así, mi vocación sacerdotal y la vocación dentro de la vocación a colaborar con la vida de los Pueblos Originarios tiene mucho que ver.
Mi vocación de alguna manera se fraguó en esa tierra marcada por una familia comprometida socialmente y con fe. Maduró en el Colegio donde estudié, el San Ignacio, que hizo florecer el deseo por servir a los demás. Y fue ahí, cuando estaba por iniciar los estudios universitarios, cuando en un retiro espiritual ignaciano experimenté la presencia viva de Jesús hermano y compañero, que me amaba con locura y me invitaba a amar como él, a darlo todo por el Reino. Al preguntarme dónde, era evidente que como jesuita, pero esa decisión se demoró un par de años en que la asumiera. Finalmente, en otro retiro ignaciano, la pregunta se volvió nuevamente aguda y ya no pude decir que no. El año siguiente ya estaba entrando a los jesuitas.
En la formación como jesuita, tuve un nuevo encuentro místico con Jesús, pero esta vez en la voz, el rostro y la vida de una familia mapuche al sur de Chile. Ahí, con esa familia descubrí que los mapuches existen como Pueblo y no solo en libros de historia; descubrí que tiene lengua propia (chedungün), tienen territorio propio (wallmapu), tienen religión propia (admapu). En la voz de un peñi (hermano) de esa familia que nos mostraba su tierra hablando con el viento, con el estero, con los árboles y con nosotros en su idioma.
Fue entonces cuando tuve la epifanía de que hay un abecedario para mirar y relacionarse con la naturaleza no como una cosa, sino como seres vivos, personas con espíritu que están ahí viviendo con nosotros y nosotros les tratamos como si fuera recursos a explotar. El modelo extractivo les ha quitado su lengua, su religión y su tierra a través de la educación moderna, el estado y las iglesias. Ahí supe que Dios habitaba en ese territorio y que quería de mí que colaborara con Él para que la vida de todo lo viviente no se apague.
«Fui criado en una familia creyente, no devota de devociones, pero sí creyente en el Dios que se compromete con el mundo, especialmente con los más pobres. Una familia ignaciana, muy ligada a la Compañía de Jesús y muy solidaria con sus búsquedas de justicia social».
Soy coordinador desde hace dos años, pero participo activamente de la Red desde 2008. En la Red solemos elegir a quien nos coordine en encuentros o asambleas donde participamos jesuitas y compañeras y compañeros laicos e indígenas. Juntos miramos la realidad, dialogamos, compartimos sabidurías aprendidas y, elegimos coordinador. Así me llegó este servicio, ratificado por la Conferencia de provinciales de Jesuitas de América Latina y el Caribe (CPAL).
Como coordinador y junto a Mercedes Solís, que es la secretaria ejecutiva, tratamos de articular un espacio de acompañamiento entre los que vivimos y colaboramos en territorios indígenas. Esto se hace a través de espacios de diálogo virtual y presencial reflexionando sobre algunos temas que son claves en la vida de los Pueblos Originarios como el Buen Vivir, el Extractivismo, las resistencias al mismo y la Mujer en esos contextos. Y la nuestra es una reflexión que trata de animar y dar luces para lo que en cada territorio se está haciendo en defensa y promoción de los Pueblos Originarios.
La red abarca la presencia de la Compañía de Jesús con Pueblos Originarios desde el norte de México hasta el sur de Chile. Nos vinculamos con otras redes jesuíticas a través de la CPAL en la cual nos articulamos todos. Redes de universidades, centros sociales, educación, espiritualidad, etc. También algunos de nosotros nos vinculamos a otras redes eclesiales y civiles en cada lugar donde estamos. Yo, por ejemplo, también participo en la Red de Iglesias y Minería, que reflexiona sobre el extractivismo y acompaña a las comunidades atravesadas por el mismo.
Impresiona ver que hay una realidad que atraviesa todos los territorios de los Pueblos Originarios y que vemos aquí en territorio Mapuche y que sobre todo está compuesta de:
Lo anterior brota de una espiritualidad ligada profundamente a la tierra en donde todos y todas somos parte de una gran comunidad de vivientes. Entre todos y todas debemos cuidarnos.
Como dice un peñi (hermano mapuche): “En la tierra existen los Ngen (espíritus protectores). Están las cascadas, las aguas que corren, el mar, los cerros sagrados, los volcanes, las estrellas en medio del cielo, el sol, la luna. Ninguno está solo, nada existe en soledad, todos tienen un Ngen"
Las comunidades Mapuche están en territorios donde conviven con la población no indígena o chilena. Son territorios interculturales. Lo cual ha hecho que se produzca una mezcla entre estos pueblos. Aun así, la cultura e identidad pervive al mestizaje y se mantiene viva. Las amenazas en estas relaciones viene dadas por la cultura dominante occidental chilena, que sigue teniendo una fuerte carga de racismo que se nota en las desconfianzas con los Mapuche y en los distintos estereotipos que, a modo de prejuicio, se traducen en acciones contra los mapuche.
Por ejemplo, históricamente se les ha tratado de flojos/vagos y borrachos. Este prejuicio sirvió en los tiempos de la formación del Estado chileno para justificar la entrada del ejército a los territorios Mapuche, so pretexto de que como no eran «productivos» había que civilizarlos.
Después de la ocupación del ejército chileno, vino el despojo de sus tierras entregadas a los «civilizados» chilenos, que se consideraba que podían hacerla productiva. Después, el pueblo Mapuche entró en la pobreza máxima y era tratado como el indio hediondo y flojo que había que civilizar. Así, la educación trató de civilizar al mapuche prohibiendo lengua, cultura y estilo de vida.
En los últimos 30 años, el pueblo mapuche se levantó y muchos dirigentes comenzaron exigir al estado un trato justo y respeto a sus derechos como pueblo. Exigir tierras y reconocimiento político les trajo otro estereotipo: Mapuche violento y terrorista. Prejuicio que ha servido hasta el día de hoy para justificar la persecución de los dirigentes y comunidades que resisten al modelo.
«Estos prejuicios están en la mente del pueblo chileno que, aunque mezclado o mestizo, sigue mirando con esos lentes a Mapuche. Esto ha llevado a que muchos Mapuche tengan miedo de serlo y a otros a radicalizar sus posturas».
El extractivismo atraviesa todo Abyayala. Es el corazón de un sistema de dominación desde la colonia. Este continente se formó de la mano de la cruz, la espada y la picota. No hay desarrollo sin que haya zonas de sacrificio, las cuales suelen estar donde están los pobres y especialmente los Pueblos Originarios. No hay primer mundo sin tercer mundo. Este modelo se sustenta sobre la base de la extracción y de zonas de sacrificio. Esto ha sido y es un drama desgarrador. Las comunidades indígenas lo sufren a diario y muchas veces para subsistir deben entregarse a esas lógicas, pues, o mueren de hambre o trabajan para ellos. Esa disyuntiva es terrible. No hay libertad ni verdadera opción.
Solo con un cambio radical cultural podremos revertir estos procesos de muerte. Implica optar por una vida más sencilla. Implica optar por un estilo de vida que no tenga como base el consumo. Hoy, ciertamente, hay más conciencia del desastre ambiental y eso es bueno.
Si bien es algo bueno cambiar de los fósiles a las renovables, es una mentira si ese cambio es para mantener el mismo estilo de vida. De qué sirve tener un millón de teslas eléctricos sí lo que debemos potenciar es el desincentivo al uso del auto. Más locomoción pública. O de qué sirve desalinizar el mar si es para mantener esos jardines verdes en pleno desierto… entonces, por favor, ¡dejen que el desierto sea desierto!
La espiritualidad es el camino para que tu cuerpo y tu espíritu anden juntos. Esta imagen la aprendí de una mujer machi (persona que sana y guía espiritualmente a la comunidad) al estar haciendo un rito de sanación en una comunidad. Me dijo: «A esta persona hay que tratar de que su espíritu llegue a su cuerpo y se pueda levantar». Ahí aprendí que la gran enfermedad de nuestro tiempo es esa desconexión.
A veces, nuestra mente y nuestro espíritu andan por un lado muy distinto que nuestro cuerpo. Ya sea por prisas, por una cultura hedonista, por miedo al otro, lo que sea, hay una distancia entre espíritu y cuerpo. Justo ahí, en ese “entremedio” se mete el mal espíritu creando enfermedad y muerte. Y por cuerpo entiendo no solo nuestro cuerpo, también el cuerpo comunitario y el cuerpo de la Madre Tierra. Hay que deconstruir para volver a conectarse.
Cuando estamos en invierno y no hay tanta luz, tratamos de estirar la luz y el clima para estirar la productividad; comemos lo que la estación no está dando… esos tomates de invierno duros o esos productos que han viajado tantos kilómetros generando una huella de carbono gigantesca; entonces nos perdemos lo que la naturaleza hace en cada momento. El lema de nuestro tiempo es hacer todo con la mayor productividad en el menor tiempo posible… Y ahí nos perdemos de disfrutar el tiempo y las relaciones.
Volver a enseñar al cuerpo a sentir requiere tiempo y espacio. Tiempo largo e «inservible» para escuchar el silencio y poder, como el kimnche (persona sabia) que me mostró al pueblo mapuche al comenzar mi vocación, que los árboles, el viento, el estero hablan. Espacio amplio y natural para volver a sentir y escuchar…
«Esto tiene implicaciones éticas y va a requerir que hagamos una opción fundamental, un cambio en el estilo de vida para no terminar desconectados y no terminar consumiendo la creación. Implica un giro copernicano, salir del centro de gravedad y ponernos en el borde para ver que somos parte de una comunidad de vivientes».
No creo que se pueda medir. Necesitamos cambiar de lógica, de abecedario. La pregunta debe ser: ¿Cómo caer en la cuenta y qué decisiones debemos tomar?
Creo que sería una buena “medida” preguntarnos, por ejemplo: ¿Cuántos puentes hemos construido y cuántos «cuerpos» hemos conectado? Luego debemos traducir esto en opciones particulares y generales; desde el modo de consumo particular y personal hasta las políticas públicas de cuidado de la Creación. Un país puede ser mucho más feliz sin tener que explotar todo lo que tiene. Cuanto más conectados, conscientes y enraizados estemos personal y comunitariamente, podremos tomar mejores decisiones.
Aquí, por ejemplo, cada vez más hay personas que se hacen conscientes del cuidado del agua y se organizan para proteger sus cuencas y nacimientos de agua mediantes técnicas que van aprendiendo entre ellas. Otras, al caer en la cuenta de que no podemos vivir de lo que nos traen de fuera, fortalecen el autoconsumo mediante huertas orgánicas y el travkintu (intercambio de semillas autóctonas, libres de químicos). Otras, al ser conscientes de que la salud occidental no da en el clavo de unir cuerpo y espíritu, vuelven a las plantas medicinales y las personas que tienen esas sabidurías. Así, se podrían dar muchos otros ejemplos, que aunque pequeños comparados con la crisis global, van haciendo pequeñas resistencias al modelo y dan vida.
Estoy seguro deque los jóvenes tienen otro «chip» al de nuestra generación. Hay más conciencia del cuidado de la naturaleza, pero aún somos esclavos de la lógica racionalista técnica que nos ofrece el bienestar en góndolas de supermercado o en mercados virtuales de nuestros tablet o celulares. Creo que fechas así ayudan, pero si no tienen un correlato en las opciones éticas, entonces es pura evasión con forma de algo bueno.
«¿Estamos dispuestos a no recibir financiación o a no comprar productos de empresas extractivas? ¿Estamos dispuestos a vivir más sencillamente aunque sea más incómodo? No son tres R, son cuatro: no sólo se trata de reducir o reciclar o reutilizar, también hay que renunciar. Y esa última R es la más difícil».
Si bien todos los pueblos estamos atravesados por estas corrientes del neoliberalismo y modernidad alienante, creo que en la matriz de sabiduría de los Pueblos Originarios hay una respuesta y salida a nuestra crisis. Incluso esa misma sabiduría nos puede ayudar a rescatar lo mejor o más esencial de nuestra espiritualidad cristiana, que es el mismo Jesús, el que vivió conectado cósmicamente.
Justamente esa triple visión empalma con esta sabiduría de unir los cuerpos con el espíritu. Se trata de vivir más armónicamente. Menos intoxicados. Más sanos. Más libres, más interrelacionados. Ciertamente, esto está en el centro del mensaje de Jesús. Hoy, más que nunca, necesitamos recatar el cuidado mutuo, no como práctica hedonista, sino como práctica comunitaria de todos los vivientes.