Penny Mathes
En los distintos viajes que he realizado a Etiopia a través de los años, las imágenes y las palabras que más se han quedado grabadas en mi cabeza han sido cuando he visitado proyectos en los que de alguna manera han afectado a la vida de las mujeres. Cuando visitamos a un grupo de futuros beneficiarios antes de realizar un proyecto de abastecimiento de agua al norte de Addis Abeba, las mujeres apenas nos miraban y ninguna participaba en las discusiones. Al terminar el proyecto, el comité de gestión de agua nos comentó los cambios que el proyecto había supuesto en sus vidas. Fue muy bonito ver cómo la mitad del comité eran mujeres y ya no tenía vergüenza para hablar en público. Nos cuentan que ya no tienen que andar una o dos horas al río o manantial para recoger agua, muchas veces contaminada, y la salud de la familia ha mejorado. Las letrinas construidas en sus casas les permiten disfrutar de la intimidad que nunca han tenido.
Al visitar un proyecto de formación en alfabetización y actividades de generación de ingresos realizado en el oeste de Etiopía, nos cuentan que ahora pueden leer el cuaderno escolar de sus hijos, que ya no le engañan cuando compran en el mercado, que sus hijos y su marido le respetan más y ahora puede empezar un pequeño negocio familiar.
Quizás el cambio que más se me ha quedado grabado fue cuando visitamos un proyecto para instalar un molino de grano en un pueblo cerca de la frontera con Sudán. Al visitar a los vecinos, una mujer empezó a moler el grano de sorgo de la manera tradicional y con mucha energía. De repente se paró, dejo el palo de moler en el suelo e hizo un gesto con las manos para decir: “se acabó”. Luego se acercó a nosotros y nos dio la mano y las gracias.
Estos resultados, de los que todos somos testigos al visitar los proyectos, representan el primer paso en un camino hacia una vida mejor, y que dan las mujeres al darse cuenta que es posible cambiar.