La "dama de la lámpara" no fue una activista ni generó manifestaciones. Su defensa de los derechos humanos fue en su trabajo, la enfermería, en lo cotidiano de su día a día.
Florence Nightingale, nacida en una familia británica en Florencia (de donde recibe el nombre), decidió estudiar enfermería pese a la oposición de su hermana y su madre. Su familia era adinerada, y esa posición era para la clase trabajadora. Se había sentido llamada a consagrarse a Dios a través de la enfermería al ver en una comunidad luterana cómo ayudaban a los enfermos. Allí se formó, y más adelante estuvo en la Guerra de Crimea.
Al llegar allí, vio que los cuidados eran inadecuados para los enfermos, y muchos morían por las condiciones insalubres y no tanto por heridas de guerra. Nightingale consiguió reducir la mortalidad de un 42% a un 2%. Esto, más tarde, la llevó a abogar por la mejora de las condiciones higiénicas y sanitarias para los enfermos, con el fin de evitar el mayor número de muertes posibles y poder brindar una ayuda adecuada.
Un artículo en The Times publicado en 1855 hablaba de ella así: "Sin exageración alguna es un «ángel guardián» en estos hospitales, y mientras su grácil figura se desliza silenciosamente por los corredores, la cara del desdichado se suaviza con gratitud a la vista de ella. Cuando todos los oficiales médicos se han retirado ya y el silencio y la oscuridad descienden sobre tantos postrados dolientes, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en su mano, efectuando sus solitarias rondas." Florence empezó a ser conocida como la "dama de la lámpara" por el poema Santa Filomena de Henry Wadsworth Longfellow, publicado en 1857.
Ella es un ejemplo de que no es necesario hacer grandes cosas que llamen la atención, sino hacer lo que nos toca hacer con una buena disposición, con ganas, poniendo el corazón y pensando en los demás. Para ganar, hay que luchar: hagamos un mundo mejor. Síguenos con el hashtag #paraganarhayqueluchar para conocer a gente inspiradora.