El agua, fuente de vida y de conflictos.
En un planeta habitado por 8.000 millones de personas, un 25 % de la población todavía no dispone de un fácil acceso al agua potable.
El Día Mundial del Agua, cuya primera celebración data del 1993, se conmemora el 22 de marzo de cada año. Su objetivo principal es crear conciencia sobre la cada vez más descontrolada crisis mundial del agua, la cual afecta a millones de seres humanos.
El acceso al agua y saneamiento constituye un derecho fundamental, reconocido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2010, que, como otros muchos derechos, está siendo sistemáticamente vulnerado para buena parte de la humanidad.
Pese a tímidos avances en las últimas décadas, unos 2.000 millones de personas en el mundo carecen de agua potable en su hogar, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Especialmente grave es el caso de África, donde se concentra la mitad de esa cifra.
No serviría de nada presentar estas cifras sin hacer un análisis sincero de las causas que subyacen a esta situación. La actual problemática del agua echa sus raíces en una triple crisis: la de suministro de un elemento esencial para la vida, la de disponibilidad de un bien escaso, y la de gobernanza de un recurso estratégico para el mundo.
De nuevo, como en muchos otros temas, el acceso al agua potable aparece como un verdadero lujo solo garantizado para las sociedades más avanzadas.
Son millones los seres humanos que, por su pobreza, no pueden costearse sistemas de captación del agua presente en su entorno: agua de un manantial, un río o una laguna; aguas subterráneas o aguas de lluvia.
Esta crisis de suministro pone en serio riesgo su vida, su salud, su seguridad alimentaria y su capacidad de desarrollo socioeconómico.
A pesar de su abundancia aparente, el agua es un recurso finito y difícilmente renovable. Se calcula que el 97,5 % del agua es salada y está en los océanos. Solo el 2,5 % es dulce y, de ese pequeño porcentaje, el 68 % se encuentra en estado sólido (casquetes polares y glaciares), el 30 % en depósitos subterráneos y solo el 2 % en lagos, ríos y pantanos.
El uso indebido y despilfarro del agua, que no es infinita, como acabamos de señalar, es otro de los factores que acrecientan la gravedad de la crisis hídrica mundial.
La exagerada presencia de plásticos en mares, lagos y ríos pone en riesgo la salud del mar, así como la supervivencia de la fauna y flora marina. Un ejemplo claro de esto son los microplásticos, los cuales acaban, muchas veces, entrando en la cadena alimentaria humana, al ser ingeridos por las especies que habitan las aguas.
Por otro lado, el calentamiento global está provocando un vertiginoso avance de la sequía, así como la desertificación progresiva en distintos rincones del planeta.
Esto último hace más visible la llamada injusticia climática, que Manos Unidas está denunciando con su campaña «El Efecto Ser Humano».
Es tal la importancia del agua para el desarrollo y la paz mundial que la propia ONU propone el «Agua para la Paz» como lema del Día Mundial del Agua 2024.
Se calcula que más de 153 países comparten zonas de agua internacionales, con más de 3.000 millones de personas dependiendo de esas aguas. En los últimos 20 años, se han registrado más de mil conflictos por el agua, según los datos del Pacific Institute, organización sin ánimo de lucro que analiza la situación mundial del agua.
Otro peligro, que a veces pasa desapercibido, es que el agua llegue a convertirse en un activo más del mercado, como ya ha sucedido en el pasado con otras materias primas, imprescindibles para la alimentación y supervivencia de la humanidad.
Es muy probable que mecanismos del propio mercado como la especulación, el control abusivo de cuencas, acuíferos y humedales o, en definitiva, la alteración tanto de la oferta como de la demanda del agua acaben teniendo efectos dramáticos en un planeta donde, a día de hoy, más de 2.000 millones de personas viven sin agua potable.
Sería extremadamente peligroso que el agua se convirtiese en un activo del mercado.
El Sumo Pontífice, en la encíclica Laudato Si’, publicada en 2015, ya expresaba su extrema preocupación por la posible mercantilización del agua:
«Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas y, por lo tanto, es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable».
El Día Mundial del Agua 2024 es una fecha para hablar y mostrar el compromiso solidario con esa parte de la humanidad que padece la falta de suministro del agua potable. Es una jornada para sensibilizarnos sobre una gestión sostenible y un uso responsable de los recursos hídricos. Y es, definitivamente, un día para pedir que los Estados y Gobiernos garanticen —sobre todo para las comunidades descartadas del Sur— el disfrute del derecho fundamental al agua y saneamiento.
La ONG de la Iglesia católica tiene claro que el acceso al agua potable es esencial para el desarrollo de las poblaciones más desfavorecidas, a las que apoya con multitud de proyectos de desarrollo.
En el último lustro (2019-2023), Manos Unidas ha impulsado 130 proyectos de acceso al agua y saneamiento, con una inversión próxima a los 7,5 millones de euros, los cuales han beneficiado directamente a medio millón de personas —467.132 concretamente—. Por continentes, 93 de los proyectos se han ejecutado en África, 17 en América y 18 en Asia.
Detrás de todos estos números, hay muchas caras e historias, así como el esfuerzo de muchas personas que ponen todo de su parte para que el agua esté presente de forma accesible en el máximo de lugares posibles.
Las aldeas de Nhantsembene y Nhanpequene, situadas en el sur de Mozambique, forman parte de una región eminentemente agrícola con pequeñas explotaciones familiares, muy dependientes de las lluvias.
Las variaciones del clima de los últimos años están poniendo en riesgo dichas cosechas, lo que está agravando los problemas de desnutrición que padece gran parte de la población infantil.
Muchos hombres, cabezas de familia, emigran a África del Sur en busca de oportunidades de trabajo, y a su regreso lo hacen con graves enfermedades como tuberculosis y SIDA, dejando así una población repleta de viudas y huérfanos.
A ello se suma el hecho de que apenas un 3 % de la población dispone de agua canalizada. Sus habitantes recorren grandes distancias para recoger agua en una laguna no salubre que se forma en la cada vez más corta época de lluvias, lo que acaba provocándoles una gran cantidad de enfermedades intestinales por su consumo.
Con los hombres fuera del mapa de la región, ya sea porque han migrado o porque han muerto, son las mujeres y los niños los que tienen que dedicar gran parte de su tiempo en abastecerse, lo que agrava el problema del absentismo escolar.
Para revertir esta situación, la Parroquia de Nossa Senhora das Mercedes, de la Congregación de los Padres Trinitarios, socio local de Manos Unidas en el país africano, impulsó un programa integral de obtención de agua potable y de regadío mediante la excavación de un pozo, la construcción de una torre con dos depósitos, la instalación de una bomba solar y la canalización hasta las fuentes de distribución, así como la instalación de una cisterna que garantizara el abastecimiento a toda la población.
Los beneficiarios directos de esta iniciativa han sido los 1.300 habitantes de los barrios de Nhansembene y Nhanpequene, y, de forma más indirecta, las 680 personas que acuden diariamente a la parroquia.
En el lado occidental de Guatemala, nos encontramos con el municipio indígena maya-mam de San Ildefonso Ixtahuacán. Su topografía, montañosa y accidentada, hace que las casas estén muy retiradas entre sí, con distancias de hasta cuatro horas a pie y en pendiente.
Únicamente el 30 % de las familias tienen acceso directo a agua, recayendo en mujeres y niños el trabajo de acarrearla desde el punto de acceso más cercano.
El problema del agua ha empeorado con los efectos del cambio climático, llegando a provocar conflictos y tensiones en la región. Como problema añadido, una parte importante del agua disponible está contaminada.
Ante esta situación, la Asociación de Formación para el Desarrollo Integral (AFOPADI), nuestro socio local en la región, solicitó el apoyo de Manos Unidas para la construcción participativa de una política municipal de agua.
Los primeros pasos de concienciación fueron muy positivos y el proyecto ahora se centra en mejorar el acceso al agua por parte de la población, así como en la implementación de tecnologías de almacenaje de agua.
También se quiere fortalecer la organización comunitaria, así como potenciar el rol de la mujer en la gestión municipal, siempre con una visión socioantropológica y local.
Cuando esté finalizado, el proyecto beneficiará directamente a más de 4.000 personas, elevándose a 50.000 beneficiarios de forma indirecta.
En el estado de Assam, situado en el noreste de India, los pequeños agricultores y jornaleros viven en condiciones de pobreza, lo que provoca que muchos tengan que emigrar en busca de un futuro mejor.
Periódicamente, se enfrentan a una desgracia terrible: las inundaciones por el monzón. Al ser tierras bajas, sufren los desbordamientos del río Brahmaputra y sus afluentes. En 2022, medio millón de personas vieron cómo sus casas quedaban hundidas bajo las aguas.
Estas inundaciones dan lugar a múltiples efectos como pérdida de cosechas, terrenos inutilizados para varias temporadas, imposibilidad de trabajo para los jornaleros, así como un aumento del número de mosquitos —con la consiguiente aparición de la malaria y el dengue—.
Además, las ya de por sí precarias infraestructuras de saneamiento dejan de estar operativas: no se puede acceder a las bombas de los pozos de agua potable y los pocos aseos existentes quedan anegados.
Al tratarse de comunidades pobres, remotas y con poca representatividad, el Gobierno desatiende las peticiones de ayuda y se concentra en otras con mayor rédito político.
Nuestro socio local, Women’s Development Center (WDC), realizó un estudio sobre los efectos de estas inundaciones sobre la población y nos propuso impulsar un proyecto centrado en la reducción de riesgos, vertebrado sobre tres vectores de actuación, y que beneficiará directamente a 10.000 personas:
Se calcula que el proyecto estará completado en unos doce meses.