Mujer, desigualdad y pobreza: un mismo rostro

Un año más el 8M se consolida como una fecha que nos anima a reflexionar sobre quién es la mujer, cómo se conforma socialmente y qué barreras experimenta. La mujer, que supone el 50% de la gran masa de personas que habitan el planeta, a menudo convive con muchas dificultades por su propia condición de mujer, madre, hermana, abuela, amiga o esposa.

Aunque el reconocimiento social y político de las mujeres ha evolucionado a pasos agigantados en el último siglo, la mujer todavía es símbolo de resistencia y lucha por conseguir una paridad de género: un objetivo que sigue siendo utópico por cualquier comunidad o país del mundo.

Sin ir más lejos, el CIS (Centro de Investigación Sociológico) emitió un reciente estudio (este pasado noviembre de 2023) sobre la “Percepción sobre la igualdad entre mujeres y hombres y estereotipos de género”. Algunos de los resultados ilustran que un 44,1% de los hombres cree que "se ha llegado tan lejos" en la igualdad que se les discrimina a ellos. También un 45,7% niega la brecha salarial entre hombres y mujeres. Mientras, según un mapa de la ONU de 2020, la mujer representa sólo un 6% de las presidencias de Estado o Gobierno en todo el mundo y el 72% de las mujeres encuestadas por el CIS aseguraban tener peores condiciones para conciliar que los hombres.

Las estadísticas son una muestra que nos sitúan en un espacio-tiempo determinado y que configuran una fotografía social para entender los distintos contextos más allá de nuestras fronteras o círculos sociales. Porque la realidad es muy diversa según desde donde la mires. La realidad de una mujer blanca europea, pese a tener sus propios retos, nunca será la misma que la de una mujer racializada que nace y habita en un país como Senegal, Bangladesh o Bolivia. De hecho, la realidad de gran parte de las sociedades del sur global se ceba especialmente en las mujeres que a menudo, a pesar de llevar el peso del engranaje económico, social y familiar, son percibidas como ciudadanas de segunda. Esta paradoja, ya conocida y reconocida en el ámbito público, se exuda al terreno privado y familiar llegando a causar uno de los grandes achaques del último siglo: los feminicidios.

Sin embargo, la gravedad de un feminicidio no es sólo la muerte; desquiciante, implacable, irreversible. Lo es también la vida de esta mujer que durante años sufre en sus carnes el trato déspota, la amenaza constante, el rechazo, la injuria del marido, la invalidación de cualquier opinión, la culpa y, en resumen, la misoginia. Una misoginia que se retroalimenta entre la esfera pública y la esfera privada y que mantiene a la mujer en un estrato inferior: con más analfabetismo, con mayor desempleo y con menos oportunidades de erigirse propietaria de su vida y, sobre todo, con menor capacidad económica que le permita tomar sus decisiones. Porque la mujer sigue siendo hoy el rostro de la pobreza en el mundo.

Precisamente por este motivo, Mans Unides trabaja incansable en más de 81 proyectos destinados a la promoción de los derechos de las mujeres y la equidad entre género. Sabemos que si trabajamos en aras a cambiar el imaginario colectivo sobre el papel de la mujer en las sociedades más empobrecidas, podremos propiciar a una mujer empoderada, fortalecida e independiente que conviva con menos desigualdad respecto a sus compañeros hombres.

En países como Bolivia donde las cifras siguen siendo estremecedoras: sólo este 2024 ya se han registrado 12 feminicidios en el país, trabajamos desde 2009 con el Centro Juana Azurduy en la ciudad de Sucre. Este socio local, amistosamente llamado el Centro "Las Juanas", es un espacio de sanación y recuperación de la identidad y la vida por muchas mujeres que sufren violencia machista en la ciudad. La asistencia se inicia desde darles cobijo para ellas y sus hijos e hijas hasta la gestión legal de sus derechos o el acompañamiento psicológico y emocional para poder reconstruir su identidad y empujarse hacia un futuro libre de violencia.

Otros de los proyectos con los que estamos vinculados es en Ecuador con las comunidades de mujeres indígenas. Estas comunidades que habitualmente viven alejadas de los núcleos urbanos, experimentan muchos tipos de discriminaciones, tanto por su etnia como por su desconocimiento académico. Este clima propicia un caldo de cultivo óptimo que favorece las violencias de género.

Por eso, Mans Unides ha iniciado una colaboración con los socios locales de CESA (Central Ecuatoriana de Servicios Agrícolas), la Fundación Maquita y la Fundación Nosotras con Equidad, para llevar a cabo el programa de “Resiliencia socio-económica de las mujeres indígenas y campesinas de Chimborazo y Turngurahua en el contexto de post-pandemia” que ayudará a las mujeres campesinas a fortalecer su resiliencia socio-económica con un programa que invertirá más de 3 millones de euros en 38 comunidades rurales en la sierra central de Ecuador.

Por tanto, volviendo a las estadísticas del CIS y de la ONU actuales, nos podemos cuestionar como un retroceso en la percepción de los derechos de la mujer aquí y hoy puede influir dramáticamente en la mujer de allá y del mañana. Conseguir un entendimiento de que la autonomía, la igualdad y los derechos de la mujer no son sólo una reivindicación propia sino un clamor que traspasa fronteras, razas, y clase social, es una ganancia por todas las que habitamos este planeta.

Y la última cifra: según Naciones Unidas, hoy, 1 de cada 10 mujeres vive en la pobreza extrema y, si continuamos las tendencias actuales, de aquí a 2030 se estima que 342,4 millones de mujeres y niñas todavía vivirán con menos de 2,15 dólares al día.

 

Anna Frigola 

 

 

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