Cinco escenas del trabajo por la paz en el país.
Tanto la población como el personal humanitario se enfrentan en Colombia a grandes riesgos. No obstante, gracias a la cooperación internacional hay un pequeño margen de acción para apoyar a las regiones más excluidas. ¿Cómo es trabajar en un país que parece condenado a no superar el conflicto armado interno? ¿Cuál es el precio de luchar por los derechos humanos, los pobres, la justicia y la paz en Colombia?
Daremos respuesta a estas preguntas a través de cinco escenas vividas por los equipos de la Corporación Claretiana Norman Pérez Bello (CCNPB). Empezaremos con el acuerdo de paz firmado en Colombia en los últimos años, seguiremos con las dificultades de nuestro trabajo y de la acción humanitaria y nos centraremos, por último, en las consecuencias para las personas y organizaciones que luchan para superar la pobreza y alcanzar la paz en las regiones más apartadas del país.
En 2016, tras más de 50 años de guerra en Colombia, el gobierno y la guerrilla de las FARC-EP firmaron el «Acuerdo para una paz estable y duradera». Sin embargo, a partir de 2018, con un gobierno distinto al que firmó ese acuerdo basado en cinco puntos, el presidente Iván Duque desaceleró su implementación y llevó al país a un aumento de la inseguridad y la violencia.
Colombia es uno de los países más desiguales en la distribución de la tierra y este aspecto es uno de los detonantes del conflicto interno (Jaime León, CCNPB).
Hoy el conflicto se ha reactivado y las víctimas se cuentan por miles: más de 250 firmantes del acuerdo y alrededor de 1.400 defensores de derechos humanos, líderes sociales y ambientalistas han sido asesinados. Mientras tanto, la deforestación de la Amazonía ha llegado a niveles críticos y cientos de miles de hectáreas son taladas cada año.
Colombia es uno de los países más desiguales en la distribución de la tierra y este aspecto se considera como uno de los detonantes del conflicto interno. Sin embargo, del primer punto del acuerdo de paz, relativo a la reforma y fortalecimiento del campo, y del segundo, dedicado a la participación política y la ampliación de la democracia, no se ha implementado en seis años más que una mínima parte.
Muchos campesinos han tenido que volver a cultivar hoja de coca para no acabar en la miseria, soportando la persecución de la Fuerza Pública y el asedio de los carteles de la droga y los grupos armados irregulares. Todo esto es aprovechado por quienes abogan por la guerra para superar la guerra. Acostumbrados a vivir de ella, crean las condiciones y avivan el conflicto en casi todo el territorio colombiano.
Es en este contexto en el que los equipos de la CCNPB llevan a cabo su misión y acompañan a las poblaciones afectadas por la pobreza y la violencia estructural.
Al oriente del país, en el departamento del Casanare, la CCNPB desarrolla con apoyo de Manos Unidas un programa de soberanía alimentaria junto a los pueblos indígenas del Resguardo de Caño Mochuelo. Algunas de las etnias de este resguardo eran nómadas en riesgo de desaparición física y cultural. Hoy presentan avances significativos gracias a los proyectos financiados por la organización española.
Para llegar a estas comunidades, nuestro equipo tiene que atravesar las exuberantes sabanas de los Llanos Orientales y adentrarse en un territorio que es escenario de una nueva guerra entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y un grupo guerrillero disidente de las FARC-EP, todo ello bajo la mirada impávida de la Fuerza Pública y la indolencia del gobierno nacional.
Organizaciones de derechos humanos y sectores de la Iglesia han denunciado una crisis humanitaria sin precedentes en la región y se han sucedido los pronunciamientos para desescalar el conflicto y que se respeten los convenios internacionales de derechos humanos. Asesinatos –en lo que va de 2022 suman ya cerca de 150 solo en el Arauca–, personas desaparecidas, desplazamiento masivo y silencio institucional. Las familias migran ante el temor de ser asesinadas y, quienes deciden quedarse, terminan atrapadas, confinadas, sufriendo el desabastecimiento.
«Las familias migran ante el temor de ser asesinadas y, quienes deciden quedarse, terminan atrapadas, confinadas, sufriendo el desabastecimiento» (Jaime León).
A unos 800 km, donde inicia la región de la Amazonía, otro de nuestros equipos, compuesto por dos mujeres que coordinaban las actividades del Espacio Humanitario Campesino del Guayabero, tuvo que abandonar el territorio por el incremento de acciones bélicas entre los grupos disidentes de las FARC y el Ejército Nacional.
Los continuos combates, así como los hostigamientos y señalamientos contra la población civil, especialmente por la Fuerza de Tarea Conjunta Omega del Ejercito Nacional, hicieron insostenible permanecer en la región conocida como el Guayabero. Las organizaciones civiles multilaterales están en permanente riesgo y los equipos humanitarios de la ONU han sufrido ataques directos –como el acaecido contra una delegación en Puerto Nuevo, una zona rural de San José del Guaviare–, al parecer cometidos por grupos rebeldes disidentes.
Una llamada telefónica hizo subir la tensión de todo nuestro equipo. Al otro lado de la línea, la hija de Luz Marina Arteaga nos informaba que su madre estaba desaparecida desde el 12 de enero. ¡Los vecinos buscaban, preguntaban desesperadamente por los caminos y a los pescadores del río y nadie sabía de ella! Luz Marina era parte del equipo de apoyo de la CCNPB y, desde hacía cinco años, venía recibiendo amenazas por su labor. Al no contar con protección del Estado, había tenido que desplazarse en varias ocasiones.
El 17 de enero se confirmó lo que no queríamos imaginar: había un cuerpo a orillas del río Meta y era el de una mujer. Alguien nos envió una fotografía. ¡No había duda! Su ropa y sus rasgos nos confirmaba que era ella, Luz Ma. Estaba tirada en una playa del río, boca abajo, en un pozo de agua que no alcanzaba a cubrirla. También nos indicaron que había señales de violencia. ¡Otra vez la muerte tocó nuestra puerta! Nos invadió la rabia. Llanto, impotencia, desesperanza. ¿Quién pudo cometer este detestable acto? Se presume que los responsables del hecho, aún en investigación, son grupos paramilitares que operan en esta zona con connivencia de funcionarios públicos a quienes Luz Ma había denunciado como defensora de la tierra de los indígenas y campesino en esta parte de la geografía de Colombia o, lo que viene a ser lo mismo, en esta parte de la geografía de la guerra.
¿Quién era Luz Ma? Mujer de sonrisa y alegría permanentes, al momento de su desaparición tenía 66 años, con un estado físico y emocional envidiable.
Disfrutaba la vida plenamente, desde su opción por los pobres, por el medioambiente, por los derechos de las mujeres. De profesión médica, llegó a los Llanos y fue hechizada por sus paisajes y sus comunidades. En los últimos años se dedicó a trabajar por la paz y a defender los derechos de campesinos, los indígenas y las personas de la tercera edad, mientras denunciaba la corrupción del alcalde de Orocué, el despojo de tierras y el desplazamiento forzado en el Porvenir, municipio de Puerto Gaitán.
La fe en que lograremos la paz, entre todos y todas, como soñaba Luz Ma, nos mantiene en pie para seguir luchando y para exigir el fin de la impunidad. Vivimos en un país que padece un conflicto entre hermanos del que no nos hemos podido liberar y cuyas causas son, hasta ahora, inamovibles: la pobreza extrema, la persecución política, el desigual acceso a la tierra y el narcotráfico como actividad que financia el conflicto.
En este escenario, la cooperación internacional es fundamental, y el apoyo de Manos Unidas, entre otras organizaciones, es vital para nosotros. Su acompañamiento e incidencia son una forma de protección que permite que el mundo conozca lo que sucede en estas regiones apartadas de Colombia.
Esperamos que el Estado entienda, al igual que los grupos armados, que no hay otro camino que dialogar y pactar una paz sostenible y duradera en la que participe todo el país para que haya una verdadera reconciliación.
En memoria de Luz Marina Arteaga.
Gracias por compartir la vida, la solidaridad y la esperanza, Luz Ma. Como siempre dijiste con una sonrisa, entre todos lograremos la justicia y la paz en Colombia, aunque nos cueste la vida.
Texto de Jaime León. Corporación Claretiana Norman Pérez Bello.
Este artículo fue publicado originalmente en el nº 218 de la revista de Manos Unidas